Hace ya unos días comenzamos con la puesta en marcha de la campaña y aquí tenéis parte de las estrategias que llevamos a cabo. Un poco de nosotros en el comedor de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de Málaga.


Madeleine Z. tenía 69 años y padecía una enfermedad progresiva y fatal, que debilita los músculos. Días atrás, acompañada por dos voluntarios de una asociación proeutanasia, se suicidó en su casa de Alicante. Su hijo denunció a los miembros de la organización.





La Justicia española investiga la muerte de una ciudadana francesa que padecía una enfermedad degenerativa, quien se suicidó en presencia de dos voluntarios de una asociación proeutanasia.

Madeleine Z. sufría desde 2001 de Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA). Se trata de una enfermedad progresiva y fatal, que debilita los músculos hasta la parálisis.

La mujer, de 69 años, murió el 12 de enero pasado en su casa de Alicante. Pero su caso se hizo conocido hoy, cuando la edición del diario"El País" publicó una nota en la que se relatan sus últimas horas.

"Quiero dejar de no vivir. Esto no es vida", explicaba en la entrevista esta mujer, que se encontraba en silla de ruedas.

Para suicidarse, la mujer tomó una mezcla de helado con un polvo verdoso, fármacos molidos. Lo hizo en presencia de dos voluntarios de la asociación proeutanasia Derecho a Morir Dignamente (DMD), a la que ella pertenecía.

Por tratarse de una muerte no natural, el Juzgado de Instrucción número 7 de Alicante abrió un expediente y comenzó a investigar el caso.

Por su parte, el hijo de Madeleine, Domingo Biver, denunció a la DMD. "Si mi madre había tomado una decisión de acabar con algo, que no sé muy bien con qué, puede ser respetable, pero que haya tres personas aquí viendo el fallecimiento de mi madre no lo veo correcto", dijo.

Si bien se mostró sorprendido por la decisión de la mujer, ya que –dijo- ella no le había contado nada sobre sus intenciones, reconoció que en un momento de depresión le había comentado que quería dejar todo.

Qué dice la asociación que acompañó a la mujer en sus últimas horas
En opinión de la DMD, que tiene unos 2.000 socios, no hubo nada ilegal en la muerte de Madeleine. En este sentido, la asociación argumentó que la ley española -el artículo 143 del Código Penal- castiga con la cárcel a quien induzca al suicidio o coopere "necesariamente" con él. Es decir, con medios imprescindibles para que el enfermo muera, como proporcionar fármacos para un cóctel letal o recetas.

Por ello, explicaron que la DMD le facilita a sus socios de más de tres meses de antigüedad una guía de "autoliberación" elaborada por médicos y revisada por juristas del grupo.

Este "manual" reúne información -ya publicada o que se puede encontrar en internet- para procurarse una muerte digna con diversos métodos, entre ellos mediante una mezcla de fármacos.

"El suicidio es impune en España. Y dar información también lo es", señala la asociación. Y aclara que, en ningún caso, induce al suicidio, sino que ofrece a los socios acompañar sus últimos momentos con voluntarios, como sucedió con Madeleine.
Hace tan sólo un mes la Ley de Muerte Digna andaluza cumplió un año. Ésta está sirviendo de ejemplo al Gobierno y otras comunidades para elaborar normas parecidas. En sus principios recibió cierto rechazo por parte de los sectores ultraconservadores del PP y la Iglesia.
Además, en las situaciones más complicadas, moralmente hablando, decir que han intervenido los comités de ética. Es más, los familiares han enviado cartas de agradecimiento por haber solucionado el problema irreversible por el que estaba pasando su ser querido.

[…] lo que destacan los responsables sanitarios es que se trata de una ley necesaria cada día. "No estamos hablando de desconexiones ni de casos mediáticos. Estamos hablando de buena praxis clínica a diario", zanja Cía.

Aquí os dejamos el enlace a la noticia íntegra, en la cual se tratan más temas.

¡No olvidéis comentar antes de marcharos!

Para saber lo que opináis los jóvenes, cada semana realizamos una encuesta diferente 
¡Vuestras opiniones nos importan!


1. Si alguien de tu familia estuviera en esta situación ¿aceptarías su decisión?

    Si  84%
    No 9%
    Lo aceptaría pero no estaría de acuerdo  7% 
El ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcabaha asegurado que el Gobierno aprobará "con toda seguridad" las leyes de Muerte Digna y de Igualdad de Trato y No Discriminación durante esta legislatura.
Durante la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros, Rubalcaba ha indicado que habrá un próximo periodo de sesiones para aprobar las dos leyes, "que están en tramitación y muy acabadas, por lo que se enviarán al Parlamento antes del 30 de junio". "Esto quiere decir que con toda seguridad son leyes que va a aprobar el Parlamento y que van a estar aprobadas en esta legislatura", ha reiterado.

Fuente: La Gaceta, 06.05.2011


El último pleno de las Cortes de Aragón de la legislatura ha servido para aprobar la ley de muerte digna con un amplio consenso y el único rechazo del PP, que la considera una "trampa" hacia la eutanasia. A iniciativa de IU, el pleno de la cámara ha dado el visto bueno a la ley de muerte digna que regula el ejercicio de los derechos de la persona durante el proceso de su muerte y los deberes del personal sanitario, así como las garantías que las instituciones sanitarias estarán obligadas a proporcionar.

La calidad de vida, el consentimiento informado, los cuidados paliativos, la declaración de voluntad vital anticipada, la intervención en el ámbito de la sanidad, la limitación del esfuerzo terapéutico, la sedación paliativa, la situación terminal o el testamento vital son algunas de las cuestiones relacionadas con el proceso de muerte recogidos en la ley.

La ley, que han apoyado PSOE, CHA, PAR e IU, persigue proteger la dignidad de la persona y asegurar la autonomía del paciente y el respeto a su voluntad, incluyendo la manifestada de forma anticipada mediante el testamento vital, ha destacado el diputado Adolfo Barrena (IU).

Sin embargo, Ricardo Canals, del PP, ha hecho hincapié en que el verdadero objetivo de IU era dar "dos pasos" adelante hacia la eutanasia y la Cámara "ha caído en la trampa", porque hay artículos en la ley que crearán conflictos, y ha criticado que salga adelante sin aludir a la objeción de conciencia, porque habría dado seguridad a los profesionales y, sobre todo, a los pacientes.

Ha opinado que la norma no aporta ningún beneficio tangible para las familias y nada relevante que no esté ya recogido en la legislación española o aragonesa, y ha subrayado que los pacientes seguirán haciendo lo que hasta ahora, confiar en los profesionales que los atienden, aunque su actuación queda ahora "en entredicho". Con esta ley, la actuación de los profesionales sanitarios queda en "tela de juicio", surgirán conflictos éticos y muchas de sus acciones acabarán en los tribunales, ha dicho Canals.



El actor londinense Michael Caine reveló el pasado sábado en una entrevista radiofónica con Classic FM que en 1955 pidió a un médico que ayudara a su padre a morir. A Maurice Micklewhite, que era porteador en un mercado de pescado, le habían dado cuatro días de vida a causa de un cáncer de hígado.



"Estaba tan angustiado de ver a mi padre en tal estado de dolor que le dije al doctor: 'Si no hay nada más que pueda hacer, aplíquele una sobredosis y termine con esto". En un principio el médico se negó, pues la asistencia al suicidio era un crimen entonces y lo sigue siendo hoy. "Nosotros no podemos hacer eso", respondió el doctor. Sin embargo, cuando Caine iba a salir de la habitación el doctor se dirigió a él: "Vuelva a medianoche". "Hice lo que me dijo y a las 12.05 mi padre murió. Había llevado a cabo mi petición". Maurice tenía 56 años cuando murió y su hijo 22.
Hoy Caine tiene 77 años y dice que su madre, Ellen, murió en 1989 sin saber toda la verdad sobre la muerte de su marido. La eutanasia y el suicidio asistido son un debate candente en Reino Unido. Aunque formalmente el suicidio asistido está penado con 14 años de cárcel por una ley de 1961, en febrero de este año la fiscalía matizó esas directrices y añadió una cláusula por la cual no se procesará a quien ayude a morir de buena fe a un enfermo incurable que haya tomado la decisión sin presiones.
Cuando el sábado el presentador del programa preguntó al ganador de dos oscars si estaba de acuerdo con la eutanasia voluntaria, Caine respondió: "Sí, estoy de acuerdo si uno se encuentra en un estado en que la vida ya no es soportable y se quiere ir. No estoy diciendo que cualquier otra persona pueda tomar esa decisión por ti, yo lo hice cuando mi padre estaba semiinconsciente".
Una portavoz de la ONG Dignity in Dying (Dignidad en la muerte) celebró la confesión de sir Michael Caine y pidió que se pongan en marcha medidas para permitir aplicar la eutanasia a pacientes terminales si es su voluntad. También se ha pronunciado sobre el caso de Caine una ONG contraria a la eutanasia: Care, Not Killing
Fuente: El País, 3 de mayo





1. ¿Estás a favor de la eutanasia?
    Si  70%
    No 6%
    Depende del caso  24% 

Testimonio de Carlos Santos, un hombre que sufría un tumor incurable y decidió recurrir a la eutanasia para dejar de sufrir. Amaba tanto la vida que quiso gobernar la suya hasta el final. Estaba condenado a morir sufriendo,  pero se rebeló. Acudió a la asociación Derecho a Morir Dignamente. Ellos le acompañaron en su última voluntad. El pasado 10 de noviembre decidió tomarle la delantera a su enfermedad. Desayunó y dio un paseo antes de tomar un cóctel letal. Murió dormido en la habitación de un hotel. Antes quiso contarnos su historia. Pretendía que su caso sirviera para reabrir el debate de la eutanasia.


"Son 15 minutos. Dejas de respirar. Y fuera"


Lo normal es que las personas mayores no se vean reflejadas en la gente de su edad, pero les contaré una excepción que viví el pasado 9 de noviembre, al conocer a Carlos Santos Velicia, un hombre de 66 años (dos más que yo) que había viajado hasta Madrid para quitarse la vida. Fue después de comer, al atravesar en su compañía la Puerta del Sol, en dirección al céntrico hotel en el que expiraría al día siguiente, cuando descubrí la existencia de una curiosa sincronía entre sus movimientos y los míos. No éramos sólo un hombre y otro hombre, éramos dos individuos mayores, con tics característicos de individuos mayores, dos casi ancianos a los que cualquier espectador objetivo habría situado, en el mejor de los casos, en el último tercio de su vida.


La habitación del hotel, sin alcanzar la categoría de una suite, era grande y luminosa y estaba compuesta por dos espacios claramente diferenciados, uno para dormir y otro para estar. El primero disponía de una cama doble, con sus respectivas mesillas de noche, y el segundo, de un tresillo y una mesa baja, todo dispuesto, como es habitual, en torno al aparato de televisión. Entre ambos espacios había un pequeño escalón destinado a subrayar, con la diferencia de nivel, la desigualdad de sus funciones. El ventanal, amplio, daba a una terraza desde la que se apreciaban los tejados del viejo Madrid.
Una vez acomodados, Carlos en un extremo del sofá, yo en el sillón más próximo a ese extremo, las sacudidas especulares se acentuaron. Así, mientras él hablaba en un tono en el que me pareció detectar cierta euforia (¿la que precede al acto final?), reconocí en sus cejas el recorte torpe que yo aplico a las mías y descubrí en los orificios de su nariz y orejas los pelos sobrevivientes a las cacerías de que suelen ser víctimas, a partir de cierta edad, estas pilosidades. No fue todo: también vi en su mirada esa curiosa mezcla de desafío y desamparo que descubro en la mía cuando tropiezo con mi rostro en los espejos de los ascensores.


-Recibí el primer hachazo -empezaba a contarme Carlos hace quince años, cuando sin más me dan dos infartos de miocardio graves. En el segundo, con arreglo a todos los aparatos que había en la pared, estaba muerto. Ya sabes que se monitoriza todo en las pantallas y las pantallas estaban muertas. Y yo también. Estos cabrones, pensaba, me entierran ahora vivo. Los médicos me pedían que si les escuchaba moviera un dedo o parpadeara, pero yo no tenía energía para nada. Nada. Muerto, muerto. Por aquellas cosas de la vida, es obvio que resucité, y resucité como un bebé, llorando. Para mí fue muy duro, porque yo era corredor, esprintaba, y tuve que dejar de hacer deporte. Tengo dos trozos de corazón necrosados. De eso no te recuperas nunca. Tengo insuficiencia cardiaca, taquicardia y arritmia.
-Pero parece que has podido llevar una vida más o menos normal desde entonces -me oí decir.
¡De normal nada! Tuve que bajar, aterrizar. Pasé tres o cuatro años muy mal porque me sentía un inútil. Dejé de trabajar porque las agencias de viaje no querían darme trabajo (era guía turístico). Quise volver a trabajar y con la primera que lo hice tuve que ir a Sevilla y no llegué. El chófer tuvo que parar el autocar y llamar a una ambulancia que me llevó a urgencias, con lo cual el grupo quedó abandonado.
¿Y?
Tuve que plantearme mi vida y me la planteé muy bien: me voy a suicidar, pensé, pero a mi manera, a mi aire, me voy a los Mares del Sur. Me iré a Australia, de allí a Nueva Zelanda. Desde ahí iré bajando y cuando llegue a las islas de los Mares del Sur me buscaré al brujo de turno, me haré amigo de él y la noche que quiera irme le diré: "Brujo, colócame, que quiero dormirme y no quiero despertarme". Eso era lo que tenía in mente, pero, como decía John Lennon, la vida es lo que te va pasando mientras tú te empeñas en hacer otras cosas. Pues no sé lo que pasó. Pero estaba hecho una mierda. Me he pasado diez o doce años sin estar con una tía porque tenía pánico. Los médicos me decían: "Usted ya no es el león que era antes...". He sido un león en todos los sentidos: laborales, con mujeres, con todo. Ahora soy un gatito pequeño y deslustroso. Las tías, fuera. No había vida.
Mientras escucho a Carlos, cuento el número de lámparas de la habitación, primero de izquierda a derecha y después de derecha a izquierda. Y debo obtener el mismo resultado; si no, sucederá una catástrofe. Se trata de un mecanismo antiguo, infantil, para combatir la angustia. Contar me libera. Por eso cuento también ahora los dedos de las manos de mi interlocutor, siempre en las dos direcciones. Y si se levanta para ir al baño, porque tiene incontinencia urinaria, cuento los pasos que da al ir y los que da al volver, y siento un gran alivio si su número coincide. Todo ello sin dejar de escucharle. Me está relatando ahora lo de la hernia discal, que apareció luego, y por la que tuvo que meterse en el quirófano.
Fue tremendo dice, porque ya no podía ni saltar. Privaciones, privaciones y privaciones. La columna me daba dolores continuos. Hasta que me hicieron resonancias y apareció el bicho.
¿Qué bicho?
Un quiste radicular, no sabían desde cuándo estaba ahí, y es lo peor que hay, no se puede operar ni tocar porque te quedas paralítico, va al cerebro.
¿Es ahí donde llegan las terminaciones nerviosas?
Todo. Es el interior de la columna vertebral. Justamente está entre la S2 y la S3, cerca de los esfínteres de la orina y de los excrementos.
¿Cuándo te lo descubren?
Hace un año. Y me dicen que no hay solución, que no hay nada que hacer. Me lo han dicho tantas veces, tantos traumatólogos, hasta los tribunales que me dieron la minusvalía del 65% me lo dijeron: "Señor Santos, haga usted testamento vital porque le quedan meses, esto no tiene cura, no hay solución, no hay nada". ¿Qué haces? Pues me voy a EE UU, me compro una pistola y me pego un tiro, o me tiro por un puente... También he ido a edificios de Málaga que conozco, a mirar desde un octavo piso y a decirme: bueno, si me tiro desde aquí me mataré... Pero soy una persona pacífica, gustoso de la música suave, clásica, armoniosa, no me gustan los ruidos, siempre he sido pacifista, nunca me he peleado con nadie, no me gusta la violencia ni las cosas desagradables, muchas veces me ha cabreado atraer tanto a los homosexuales, cuando lo que me van son las mujeres. Y se lo preguntaba: "¿Pero por qué, qué coño tengo yo?". Y me contestaban: "Es que eres tan dulce, tan suave, tan tierno, tan fino, tan delgadito, tan poca cosa, que invitas a protegerte". Así que pensar en esas opciones me resultaba muy desagradable. Primero contacté con Exit, los australianos, y luego con Dignitas, que está en Suiza. Los de Suiza fueron los que me dieron la dirección de Derecho a Morir Dignamente de Barcelona, y éstos, la de Madrid. Y aquí estoy.
Aparte del problema del control de esfínteres, ¿de qué otra forma se muestra el deterioro?
Cada vez tengo menos energía. Por la mañana, cuando salgo de casa, después de desayunar y haber tomado Zaldiar, no tengo energía, no puedo caminar más de diez minutos sin sentarme a descansar. Lo mismo me ocurre cuando estoy de pie, tengo que buscar alguna silla donde sentarme, pues no me encuentro bien. Necesito sentarme o, mejor, tumbarme.
¿Estás muy medicado?
Sí, claro, con todos los efectos secundarios de la medicación. Mi casa parece una farmacia de las pastillas que hay.
¿Qué clase de pastillas?
De todo lo que puedas imaginar, de todo, cuarenta o cincuenta cajas, fíjate si hay. Por la mañana, cinco o seis pastillas; al mediodía, otras cinco o seis; por la noche, lo mismo. Y en los intervalos, en función de lo que me duela, pues otras tantas. El caso es que siempre tengo que llevar el pastillero conmigo. Mira, ahora voy a tomar una para tranquilizarme.
¿Quieres agua del minibar?
No, del grifo.
Carlos Santos se retira al cuarto de baño a tomarse la pastilla. Observo que la luz ha cambiado. El sol ya no da directamente en la ventana, como cuando llegamos al hotel (sobre las 4.30 de la tarde), pero la habitación me sigue pareciendo alegre. Soy yo el que está sombrío, sobrecogido. Mientras espero su regreso, releo la carta que ha escrito para la Policía Local de Madrid, donde pide que notifiquen su defunción a la dueña de la pensión donde vive, en Málaga, a fin de que "como no tengo familia ni herederos, disponga de mis pertenencias, ropa, etc., como quiera". Tras la firma, añade una suerte de posdata rogando que retiren de la vía pública su coche "antes de que lo rompan o lo destrocen". Como se retrasa, repaso también la carta al juez, donde tras resumir sus padecimientos y detallar el futuro terrible que le espera a medida que avance la enfermedad (descontrol absoluto de esfínteres, dolores intensísimos, parálisis y muerte), afirma que su voluntad de morir es fruto de sus valores y que nadie le ha inducido a adoptar esta decisión que toma de manera "libre, voluntariamente, sin que ninguna persona tenga que cooperar de forma necesaria, directa o indirectamente, para llevarla a cabo".
Como Carlos no acaba de salir del cuarto de baño, empiezo a contar, para entretener la espera, las vocales de la misiva al juez. Aparece cuando voy por la 65.
¿Era un ansiolítico? pregunto refiriéndome a la pastilla que acaba de tomarse.
Sí, pero bajo, Diazepam de 2,5.
¿Y para dormir tomas cosas?
¡Huy, sí! Ya no me hacen nada tampoco.
El círculo vicioso de la tolerancia y la adicción.
Llegará un momento en que... Bueno, ya no habrá momentos porque espero que mañana a estas horas ya esté terminado.
La luz de la habitación ha vuelto a cambiar y mi estado de ánimo se ha oscurecido. Deben de ser las cinco y media o seis menos cuarto de la tarde. Me levanto y enciendo una lámpara de pie mientras Carlos habla ahora de un libro inédito en el que ha trabajado durante los últimos quince años de su vida. Se titula El hombre dividido.
-¿Quién es el hombre dividido? pregunto.
Soy yo dice, yo y el mundo. Países que me han enamorado, como Italia, la India, Francia... ¿Sabes lo que es Nepal, Tailandia, Brasil, la República Dominicana, Gambia...? Y Europa como mi propia casa. Hay un lugar que es uno de mis favoritos, la tumba de Gala Placidia, en Rávena. Me gusta ir y estar solo ahí. Suelo cerrar los ojos para no ver nada y dejar que mi imaginación fluya y trate de imaginarse cómo fue la antesala del fin del Imperio Romano de Occidente. En realidad, he vivido. Otros no han vivido ni la mitad. Y la he vivido de lujo porque era todo pagado.
¿Tu ciudad favorita?
Londres es mi ciudad por muchos motivos. Uno, porque fue el primer sitio donde encontré la felicidad. En España no había sido nunca feliz, mi padre me pegaba con fiereza, igual que los hijos de puta de los jesuitas, que te hacían poner los dedos así, de punta, y te daban con la regla. Todo eso, una infancia muy desgraciada. Mi padre y yo vivíamos en un pequeño apartamento y desde niño, cada mañana, me levantaba de la cama, que estaba en el salón, iba a la cocina, que era donde estaba la radio, y movía el dial hasta que escuchaba una lengua extranjera. Ahí lo dejaba.
También me reconozco en ese sueño infantil de ser extranjero, aun al precio de no entender nada. ¿Acaso entendían algo los autóctonos? Ser extranjero, en aquellos años, era a lo más que se podía aspirar en la vida. ¡Qué imagen brutal, pienso, la del niño a la búsqueda de un idioma ininteligible, de una vida otra!
Mientras Carlos da detalles acerca de su libro, de su vida en Londres (donde vivió varios años) y de sus viajes a lo largo y ancho del planeta, comprendo que este hombre consiguió su sueño de ser extranjero, aunque pagando el duro precio del desarraigo, de la soledad, del aislamiento. Entonces se me escapa el primer bostezo, que es una señal de alarma. En las situaciones dramáticas, o que vivo como dramáticas, me da, además de por contar, por bostezar, como si me aburriera. Me defiendo así de los excesos de realidad, de la angustia, del pánico. Bostezo en los entierros y en las unidades de vigilancia intensiva de los hospitales como bostezaba de joven en los exámenes y en las entrevistas de trabajo. El bostezo significa que estoy jodido. Estás jodido, Juanjo, me digo, al tiempo de contar con los dedos las sílabas de "estás jodido, Juanjo" (siete, un heptasílabo) y tengo la tentación de preguntar a Santos por sus pequeños ritos contra la enfermedad, contra la mala suerte, contra la desgracia.
Por fortuna, él ha comenzado a hablar ya de la eutanasia, de su necesidad de dejar testimonio para ayudar a que se genere un debate público sobre la cuestión. En este tema, como en todos, se manifiesta de manera muy cerebral, incluyendo datos económicos y estadísticas sobre el suicidio que no me interesan demasiado. Me afectan más los aspectos emocionales, el hecho de que uno tenga que morir, cuando así lo ha decidido, de forma clandestina, en habitaciones de hoteles, en vez de hacerlo en la propia cama, o en la de un hospital, adecuadamente atendido por profesionales y rodeado de los suyos. A Carlos le da igual quitarse de en medio en un sitio u otro, no tiene a nadie y su patria es el mundo. Asegura que conoce Europa como yo conozco las habitaciones de mi casa.
-Cuando vine a Madrid para hablar por primera vez con los de DMD añade me preguntaron cuándo quería hacerlo. "Mañana", contesté, "ya que estoy aquí, mañana". Total, las cuatro cosas que tenía se las había regalado a cuatro o cinco amigos y amigas, y los ahorros se los dejo a DMD, que me dijeron que no les debía nada. Ya lo sé, contesté, pero qué hago, no fumo, no bebo y no como porque no encuentro gusto en nada. ¿En qué gasto el dinero? Antes, en Málaga, me encantaba comprar pasteles de Gloria, los mazapanes... Ahora me puedes ofrecer la Luna y no me hará ni sonreír, es que no me provoca, con el problema de los jugos gástricos... Ya no paso gusto comiendo, no paso gusto con nada. Lo que quiero es dejar de vivir, y si puede ser antes, mejor que después. En la pensión sólo he dejado ropa porque no sirve para nada. Me he traído esto.
"Esto" es una cartera de mano con la que ha hecho el viaje desde Málaga y que contiene el último equipaje de su vida: un pijama, una camisa, unos calcetines, unas zapatillas y unos calzoncillos.
Una muda resume él. Se supone que mañana a estas horas ya no me hará falta para nada.
En la cartera hay también un bote, envuelto en una bolsa de plástico, que contiene, me explica, el llamado "cóctel de autoliberación", compuesto por un hipnótico, para quedarse dormido, y un conjunto de medicamentos contra la malaria que a altas dosis resulta mortal. La fórmula está al alcance de los socios de DMD en la llamada Guía de autoliberación, y sus componentes son fáciles de obtener, la mayoría sin receta. Es, por otra parte, la misma combinación que recomiendan casi todas las asociaciones del resto del mundo.
Aunque se ha emocionado hasta las lágrimas al recordar algunos aspectos de su infancia, la actitud general de Carlos es de una frialdad que sobrecoge. Pienso que quizá es su modo de defenderse de este exceso de realidad, como la mía es bostezar o contar vocales, molduras, dedos, lámparas... Recuerdo entonces que en algún momento, cuando nos dirigíamos al hotel, mencionó la posibilidad de hablar con el director para que le hicieran un descuento.
-Me hacen descuento en todos los hoteles añadió cuando me identifico como guía turístico.
¿El diez por ciento? pregunté yo absurdamente.
¡Qué diez por ciento! responde enfadado ¡El cincuenta por ciento por lo menos!
La decisión de quitarse de en medio no había alterado en absoluto sus costumbres. Así, antes de viajar a Madrid fue a Renfe para consultar precios y descuentos teniendo en cuenta que poseía la Tarjeta Dorada para mayores de 60 años. Dado que lo pagó todo con la tarjeta de crédito, consultó también las tarifas del hotel para asegurarse de dejar en la cuenta corriente la cantidad precisa para que cada cual cobrara lo suyo. Y calculó que la mejor hora para tomarse la pócima sería en torno al mediodía, de forma que los voluntarios de DMD que habrían de acompañarle quedaran libres a media tarde: "Mejor que por la noche", decía en el correo electrónico donde enumeraba todos los detalles de orden práctico.
Como la tarde continúa cayendo, y con ella mi estado de ánimo, me levanto y enciendo otra luz que está algo alejada de mi posición. He de dar cinco pasos de ida, pero sólo me salen cuatro de vuelta. Mal asunto.
Lo de Suiza le digo volviéndome a sentar me parece muy frío. He leído algunas cosas que...
Como te he dicho insiste Carlos, yo he nacido en España, pero eso no me hace español. Cuando llegué a Inglaterra, me dijeron: "Mira, Carlos, aquí se hacen las cosas bien, no como en tu país, y se hacen bien desde el principio porque si no hay que volver a hacerlas y eso cuesta tiempo y dinero". Esa era la realidad, los españoles llegaban con las maletas aquellas de madera atadas con una cuerda. Yo era uno de esos. El día que me dijeron "tú eres uno de los nuestros, eres un verdadero profesional", ese día fue para mí... Así que todo eso de la frialdad me la suda, no me dice nada. ¿Qué frialdad? ¿A qué he venido yo aquí, a tomar pastelitos, a bailar unas sevillanas? Ni estoy de humor para bailar sevillanas ni puedo bailarlas, casi no puedo moverme. Defíneme frialdad. A mí lo que me importa es que me digan: "Señor Santos, el día tal, a tal hora, usted se presenta en esta dirección...". Mañana me levantaré, desayunaré por ahí cualquier cosa, y como a las doce o las dos, la hora más temprana, prepararé el potingue, me lo tomo, me tumbo... Los voluntarios de DMD se quedarán conmigo hasta que me haya dormido. En Suiza, con el pentobarbital, son quince minutos. Ya, dejas de respirar, y fuera. Quince minutos, para qué vamos a estar horas y horas y horas.
¿Te gusta leer? se me ocurre preguntar, parezco un idiota.
Sí, he sido un gran devorador de libros, pero ya no puedo. Mi cabeza sólo está ahora en una cosa y no hay nada más. Ya he regalado todos mis libros.
¿Tenías una buena biblioteca?
Sí, grande, muy amplia. Me he deshecho de todo. Soy un hombre de caprichos. Mira qué cinturón llevo.
Se levanta para que lo vea.
Muy bonito, sí digo observando la hebilla, formada por una moneda grande, de plata, donde se lee el lema de la República Francesa (Liberté, Égalité, Fraternité).
Es un cinturón que es una joya, de plata pura. Lo he diseñado yo, lo he hecho yo, es un cinturón único. Cuando he llevado algo encima ha sido diseñado por mí. He cogido un papel y un bolígrafo y me he puesto a dibujar lo que quería. Como siempre he tenido amigos de todo, en Mallorca tenía uno que era joyero y él me hizo mis gemelos, mi anillo...
Lleva cuidado con el escalón le digo, que ya te has caído un par de veces.
... he ido desprendiéndome de todo. Ahora, como ves, no llevo ni cadena al cuello, no llevo nada, el barco ha llegado al fin del viaje.
¿Tienes nostalgia?
No, he vivido una vida buena, rica, que la mayoría de los mortales no han vivido.
¿Y si bajamos a tomar un café?
Como quieras.
Abandonamos la habitación. Cuento mentalmente los pasos que damos hasta el ascensor, los segundos que tarda en llegar, el número de letras de la palabra ascensor (ocho, tres vocales y cinco consonantes, una rareza). Nos instalamos en una mesa de la cafetería del hotel. Yo pido un té verde y él un té con leche fría. Nos traen con la bebida unas pastas que a él no le apetecen. Me las ofrece, pero las rechazo, advirtiendo que le da pena que se queden ahí. En esto, noto en la atmósfera algo que añade desazón a la pesadumbre, como si fuera domingo por la tarde. Y no es domingo, es martes, pero caigo en la cuenta de que ese martes es fiesta en Madrid (la Almudena). He de irme, me digo, he llegado a mi límite, no soy capaz ya de reprimir los bostezos, ni de dejar de contar, he contado los botones de la chaqueta del camarero, el número de baldosas del suelo, el número de patas que suman las de todas las sillas de la cafetería... Carlos Santos sólo quería de mí que le ayudara a dar testimonio de su decisión para provocar un debate acerca de la eutanasia. Me sobra material para dar ese testimonio, para que se abra, una vez más, la discusión. No quiero verme en este hombre mayor (que va a morir mañana) cada vez que se lleva la taza a los labios, cada vez que recuerda su voluntad de convertirse en extranjero, cada vez que me mira con esa mezcla de desamparo y desafío característica de mi mirada. La solidaridad tiene límites, y creo haber alcanzado los míos. Debes protegerte, me digo.
-Si me pides que te cuente un día normal de mi vida... -está diciendo en esos instantes Carlos Santos.
Te lo pido digo.
Me levanto a las ocho, ocho y media de la mañana. A las nueve y media o a las diez salgo ya de casa. ¿Adónde voy? A la biblioteca. ¿Por qué? Porque, primero, necesito estar sentado, no puedo estar de pie. Segundo, no puedo estar en un café tres o cuatro horas leyendo los periódicos y tomándome un té. En la biblioteca no tengo que tomarme ni el té, tengo todos los periódicos a mi disposición y encima subo al primer piso y tengo Internet. Y tengo dos correos, uno solamente para la prensa en inglés, Financial Times, The Economist, The Herald Tribune, The New York Times, The Daily Telegraph..., en fin, la mejor prensa, la que te sigue diciendo qué cojones le pasa a España, que sigue teniendo revalorizados los pisos el 48% y que si así piensan vender. Eso, hace dos semanas. Están al doble de lo que valen y siguen sin bajar. Me paso toda la mañana en la biblioteca, hasta las dos, que cierran. A veces me llevo papel y escribo algo. Como en el hogar del jubilado y vuelvo a la biblioteca hasta las ocho. A esa hora me voy a casa porque es un mal barrio. Es de noche, me da miedo, y ya no salgo. Esto es un día de mi vida de lunes a viernes. Los sábados y los domingos, como no hay biblioteca, me los trato de organizar de otra manera, en un bar agradable que he encontrado, tienen varios periódicos, los leo...
-Bueno, Carlos, te voy a dejar digo en pleno ataque de fobia.
Y enseguida, para atenuar la brusquedad, añado:
¿Te acuestas pronto? ¿Quieres tomar algo o es temprano para cenar?
Hambre dice él no tengo nunca. Si luego tengo hambre, pido algo ligero; si no, me meto en la cama, que estoy cansado.
Me levanto, se levanta, nos miramos como dos personas mayores.
¿Adónde vas? pregunta.
A Gran Vía, para tomar un taxi.
Te acompaño.
Y me acompaña. Es noche cerrada ya y en las calles se respira la atmósfera festiva del domingo, aunque sea martes. En esto se detiene, nos detenemos, me mira a los ojos levantando un poco la cabeza (es algo más bajo que yo) y pregunta:
¿Tú también eres socio de DMD?
También.
Ah, vale dice, y continuamos caminando, ahora en silencio. Es la primera vez en toda la tarde que se establece entre nosotros un silencio que a él no le urge rellenar con palabras.
Ha refrescado digo entonces yo al tiempo de contar las sílabas de "ha refrescado" (cinco, un pentasílabo).
Sí asiente él.
Al llegar a Callao, y como me da la impresión de que tiene miedo a extraviarse, le pregunto si quiere que le acompañe de nuevo hasta el hotel. Dice que no, que aunque las medicinas le desorientan, se ha fijado bien por dónde hemos venido. Nos damos un abrazo largo.
¿Te veré mañana? pregunta cuando nos liberamos del largo abrazo (la expresión "largo abrazo", calculo, tiene once letras, cinco vocales y seis consonantes).
No lo sé miento, pues estoy seguro de que no tendré valor para acompañarle.
Mientras espero la llegada de un taxi, observo a Carlos Santos alejarse de espaldas con los movimientos característicos de un hombre de mi edad.
Al día siguiente, Carlos Santos se levantó, desayunó y salió a la calle para resolver en una sucursal madrileña de su banco un par de asuntos burocráticos todavía pendientes. Al mediodía (sobre las 12.45) subió en compañía de un voluntario y una voluntaria de DMD a su habitación grande y luminosa.
¿Qué os parece si me pongo el pijama? preguntó a los voluntarios.
Antes de que le contestaran, se metió en el cuarto de baño, de donde salió al poco en pijama y con unas zapatillas (no se había quitado los calcetines). Dobló cuidadosamente la ropa de la que se acababa de desprender y la guardó en el armario. A continuación tomó el DNI y lo colocó en la mesa, sobre un pequeño conjunto de billetes bien doblados. Muy cerca, dejó la carta al juez y a la policía.
Luego sacó de su cartera el bote con las pastillas, que ya había pulverizado, y las introdujo en un vaso, echando a continuación una porción de un yogur de fresa que había comprado antes de subir. Revolvió bien con la cuchara hasta lograr una masa homogénea (lo que llevó su tiempo, por la cantidad) y el yogur de fresa se puso azul debido a la reacción química. Se tomó el "cóctel" a cucharadas asegurando a los voluntarios que no estaba tan malo comparado con el aceite de ricino de su infancia. Se encontraba sentado en el sofá, quizá en el mismo extremo desde el que había hablado conmigo el día anterior. Abandonando las zapatillas en el suelo, colocó los pies (con calcetines) sobre el borde de la mesa baja y esperó los efectos del brebaje contándoles su vida a los voluntarios. Volvió a emocionarse, me dijeron, cuando recordó algunos pasajes de su desdichada infancia. A medida que pasaban los minutos, hablaba más despacio, pero sin perder en ningún momento la coherencia. Se quedó dormido sobre las 13.40, y media hora después, en medio del profundo sueño, dejó de respirar, sin estertores, sin sufrimiento, sin dolor, escapando así a un horizonte clínico espantoso. Los voluntarios de DMD abandonaron la habitación dejándolo todo tal y como estaba.
Al día siguiente, a primera hora de la mañana, otro voluntario de DMD telefoneó al hotel para advertirles sobre lo que se encontrarían en la habitación 511. La prensa, como es habitual en estos casos, no dio cuenta del suceso. La muerte de Carlos Santos Velicia, de no ser porque él quiso que quedara testimonio de ella, sólo habría servido para engordar el cajón de sastre de las estadísticas sobre el suicidio. Carlos Santos Velicia tiene siete sílabas, así que, de ser un verso, sería un heptasílabo.
La Generalitat subvenciona con 100.000 euros una película de Antoni Verdaguer que 
hace una clara apología de la eutanasia.



Ana Viladot. Barcelona
Morir sense morir (Morir sin morir) es un largometraje que alterna ficción y documental y que lo que pretende es reabrir en España el debate sobre la eutanasia. Se estrenará el próximo 29 de abril en Barcelona. El director del largometraje, Antoni Verdaguer explicó a LA GACETA: “Este film costó medio millón de euros y se pudo hacer gracias a la colaboración de la Generalitat que aportó un 20% del presupuesto, que equivale a 100.000 euros, a través de los departamentos de Salud y de Acción Social y Ciudadanía”.
En este largometraje se dramatiza una historia real de una señora de 38 años que está en estado vegetativo permanente a causa de una anoxia cerebral (falta de oxígeno en el cerebro). El director defiende la eutanasia y asegura:“Necesitamos en España una ley de la eutanasia, que nos permita decidir sobre nuestra propia vida y sobre nuestra propia muerte”.
Por eso, Verdaguer ha estrenado la película a falta de pocos días de que el Consejo de Ministros apruebe el primer texto para la futura Ley de Cuidados Paliativos. El director apuesta por que esta ley se acerque a la eutanasia y para defender su postura argumenta: “A los ciudadanos les daría tranquilidad, también sería más barato para la sanidad”. Aun así, matizó y concluyó: “Si se aprueba la eutanasia, debería haber límites”.
Fuente: Intereconomia.com

La menor británica rechazó en noviembre someterse a la operación al considerar que no le garantizaba una mejora de sus condiciones de vida



Hannah Jones, la niña británica que el año pasado evitó que se le practicara un trasplante de corazón de eficacia dudosa en contra del criterio de los médicos, ha reconsiderado su decisión y ahora está dispuesta a someterse a la intervención para prolongar su vida.
Hannah, de 14 años y que desde los cuatro ha vivido continuas idas y venidas a los hospitales, dijo en noviembre pasado que no quería pasar por el "trauma" de otra operación más. Padece una extraña forma de leucemia desde que tenía cinco años. Para parar el cáncer, fue sometida a una brutal cura de quimioterapia que acabó provocándole un agujero en el corazón. En 2007 le implantaron un marcapasos, pero su corazón ya no aguanta.
"Sé que decidí que definitivamente no quería un trasplante de corazón, pero todo el mundo tiene derecho a cambiar de opinión", ha afirmado Hannah, que resolvió incluir su nombre en la lista de espera para un trasplante tras la fiesta en la que celebró su 14 cumpleaños. "El pasado domingo me sentí mal pero pensé que era por el sobreesfuerzo que había hecho en mi cumpleaños. En realidad, eran mis riñones", ha explicado desde su habitación en el hospital de Hereford, cerca de la frontera inglesa con Gales. Hannah no pudo ir a diálisis porque su corazón es demasiado débil. "La parte derecha (de ese órgano) no funciona bien y, después de muchas pruebas, me he dado cuenta de que son mayores los beneficios de tener un nuevo corazón". "Si tengo uno nuevo, tendría que tomar menos pastillas de las que tomo en este momento. Tomo 27, pero quedarían en 12", ha señalado.
En un principio, los médicos advirtieron a Hannah de que la operación era arriesgada y de que, de tener éxito, necesitaría otro corazón en diez años. Además, los medicamentos que tendrían que suministrarle para evitar un rechazo del nuevo órgano podrían reavivar la leucemia. Sin embargo, ahora estiman que, al ser más mayor, su organismo es más fuerte, existen por lo tanto menos riesgos que al principio y podría recuperarse completamente sin tener que necesitar otro trasplante en un futuro.
Los padres de Hannah, que vive en Marden, al oeste de Inglaterra, han apoyado en todo momento sus decisiones. "Obviamente queremos que Hannah esté con nosotros todo el tiempo que sea posible, pero no vamos a forzarla a hacer algo que ella no quiere", declaró su padre, Andrew Jones, cuando la menor rechazó el trasplante. "Ha estado toda su vida entrando y saliendo del hospital y ha decidido que ya es suficiente. No es una decisión impulsiva y no es de ninguna manera definitiva. Si cambia de opinión, también la apoyaremos", añadió.
La decisión inicial de la joven y el hecho de que los médicos acabaran aceptándola es perfectamente coherente con lo previsto por la legislación británica para estos casos. En 1980, la Cámara de los Lores dictaminó que un niño que comprende las consecuencias de sus decisiones ha de ser considerado legalmente competente para hacerlo. En España, la Ley de Autonomía del Paciente establece que, a partir de los 16 años, el menor tiene derecho a decidir, y si es más joven, pero entiende lo que hace, también.
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¿Qué os parece el cambio de opinión que ha hecho Hannah?. ¿Creeis que tomó una decisión precipitada por ser tan joven?. ¿ La eutanasia precipita la toma de decisiones a una situación desesperada?

¡¡Esperamos vuestras respuestas!!